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martes, 3 de junio de 2014

DESIDERATUM DE LA ESPAÑA IMPOSIBLE



Desideratum de la España imposible

“La rebelión sentimental de las masas, el odio a los mejores, la escasez de éstos -he ahí la razón verdadera del gran fracaso hispánico” – José Ortega y Gasset

Otra vez más, la Historia nos depara la desagradable sensación de encontrarnos desposicionados entre dos frentes, los mismos de hogaño y antaño, pujando por imponer sus postulados particulares de convivencia y conformación futura de nuestro País.
La abdicación de nuestro monarca, ha marcado y marcará el devenir de nuestra trayectoria como Estado, pretendidamente moderno.   Ante esta situación, los unos y los otros se afanan por conseguir sus fines para mantener o imponer, un marco consustancialmente alejado a las premisas básicas de la Democracia.  En sí mismo, el modelo monárquico es conceptualmente incompatible con una auténtica Democracia.  La restauración monárquica en nuestro País, además dimanó de una Dictadura y por tanto, a pesar del asentado pasado de nuestra Historia, nos guste o no, éste simple hecho incapacitaría su legitimación como sistema bajo los parametros democráticos, hasta que ésta fuese refrendada por el Pueblo. 

Apriori, en estas circunstancias, nada resultaría más lógico que realizar una consulta popular para determinar nuestro sistema de Jefatura del Estado.  Sin embargo, y aunque intencionadamente olvidado por algunos, este refrendo ya se produjo en el referendum al que se sometió nuestra Constitución en 1978.    La posibilidad de plantear una reforma del Estado es sin duda un Derecho constitucional de las diferentes formaciones políticas, y llegado el caso del triunfo de esta moción, las partes deberían convenir esta solución como la más ótima para terminar con un agrio debate, cuyo resultado debería ser asumido por ambas partes sin fisuras.    Al mismo tiempo, los detractores del sistema monárquico, aferrados a la lógica eliminación filosófica de derechos o privilegios otorgados a cualquier ciudadano por su clase o condición social, caen en la flagrante contradicción de promover un sistema republicano, que sorprendentemente consiente la existencia de derechos o privilegios a determinados ciudadanos, subyugando el principio de igualdad democrática, en función del territorio en el que hayan nacido.

En ambos casos, el de los que no quieren ni oir hablar de un hipotético paso por las urnas si la voluntad popular lo decidiese, y el de los que quieren aprovechar la situación actual para forzar tal paso, se produce una perversion de los principios básicos de una auténtica Democracia, y el cambio de sistema bajo estas premisas, no haría más que aportar continuidad a la imposibilidad de conformar un Estado moderno, democrático, e igualitario.   La corriente republicana, debería ser plenamente consciente a estas alturas, que la defensa de los privilegios territoriales, al margen de legitimar la desigualdad entre ciudadanos, no es más que un estigma consustancial a la esencia de la monarquía, entroncada con la dispensa arbitraria de favores y dádivas, por razones de interés particular. Aún nos queda por entender, que un Estado moderno debe carecer de cualquier ideológía, siendo un simple entramado que facilite la coexistencia y el funcionamiento de las instituciones creadas por los ciudadanos para una convivencia justa y equitativa.

Algunos soñamos con un País al parecer imposible, en el que la democracia directa fuese una realidad tangible, bajo el sacrosanto paraguas del principio irrenunciable de igualdad, jurídica y fiscal, entre ciudadanos independientemente a su realidad o condición social, cultural, religiosa, o territorial.   Unicamente bajo este marco podríamos garantizar unos principios de convivencia enmarcados en la protección a la igualdad de oportunidades para todos nuestros conciudadanos.  En este escenario, por supuesto cualquier tema, objetivamente menor, y relativo a particularidades regionales sería respetado por el conjunto de los ciudadanos.
Entre tanto, asistiremos al patético desencuentro entre dos bandos, que al fin y a la postre, y al margen de la diferencia de los simbolos que esgrimen, defienden la continuidad de un marco de convivencia, profundamente alejado de las premisas básicas de una democracia real, que ambos defenderán envueltos en un impostado manto democrático.  Resulta tan decimonónica y patética una monarquía temerosa a su proclamación por la vía del refrendo democrático, como el de un republicanismo que siempre ha ambicionado apropiarse del Estado para manipularlo políticamente a base de mantener privilegios regionales para su supervivencia y control.  La diatriba es una vez más tristemente desafecta a los principios de la Democracia y del Estado como pilar angular del mantenimiento de las libertades por encima de las preferencias ideológicas de turno, y de cualquier índole, de los ciudadanos.   El Estado nunca ha de ser poder, sino amparo y marco protector de la Democracia.

Desafortunadamente no se vislumbra en las opiniones de nuestro panorama politico actual esta tercera vía, que evite volver a abundar en los mismos errores del pasado, que tantas calamidades han deparado a unos ciudadanos, que algun día y a pesar de tantos varapalos, deberían somatizar su derecho a merecer de una vez por todas, el disfrute de la libertad y de la igualdad en lo que al fin sería una nueva España.
Menos mal que nos queda Portugal…

ALAZOR
3-5-2014