EL LECHON DIFERENCIAL
A estas alturas, no me cabe ninguna duda que tenemos la
fortuna o el infortunio, según la perspectiva que adoptemos, de vivir en un
País en el que la realidad y la ficción se entremezclan con inusitada
soltura. Esta característica conforma
nuestro carácter imaginativo y a la vez escasamente pragmático. Una de las condiciones
fundamentales para esta condición es la nimia capacidad de nuestra memoria
colectiva, aparejada a una errabunda y discontinua, en el tiempo, línea
formativa. Y es que los españoles
tenemos muy poco espacio para la memoria ROM, y mucho para la RAM.
Caro Baroja, en magnífico libro “La Falsificación en la
Historia” delata nuestra idiosincrasia de forma magistral: Una falta de pragmatismo que
implica una impunidad propiciatoria de la manipulación de la realidad, hasta
convertirla en realidad falsificada, asociada a la tradición. Y ahí radica uno de nuestros mayores
problemas; En nuestro prisma
Judeocristiano, la tradición siempre va asociada al sentimiento, en lugar de al
estilo o a la herencia cultural, como sucede en las mentes protestantes. En este punto, y en pleno auge, una vez
más, de los arrebatados sentimientos localistas, realidad y ficción se
distorsionan al antojo de sus beneficiarios para deformar la escala de valores
fundamentales, de forma que lo accesorio, asociado a nuestra interpretación de
la tradición, acaba primando sobre lo realmente importante. El folklore y las costumbres locales,
son un claro ejemplo de ello, y observamos con terror como algo con un valor
relativo, en boca de insignes antropólogos como el propio Caro Baroja, se
instrumentaliza y ensalza hasta convertirlo en un símbolo de identidad. Hasta el propio Franco, a través de los insoportables “Coros
y Danzas”, canalizó en su favor la tradición a través del sentimiento local, en
un alarde surrealista de exaltación de la subcultura, que insisto, sin ser
despreciable, debe valorarse en su justa medida antropológica, etnográfica, y
costumbrista. El hecho de que una vulgar boina, por
cierto dudosamente dimensionada, adopte denominación de origen, no la convierte en algo más valioso que
cualquier otra simple y rústica boina patria. El ejemplo es extensible a las munchetas, las
butifarras, el garrí, el levantamiento de piedras o el lanzamiento de cabras, y
un largo etc…, y en definitiva a tantos otros productos y costumbres, que como
bien sabrá interpretar irónicamente el lector a estas alturas, han condicionado
el destino de nuestro Planeta, si bien, indudablemente representan una adición
a la riqueza de nuestra diversidad antropológica, y que simplemente representan
un tipismo muy poco productivo, salvo por sus implicaciones de cara al sector
turístico. Y todo este
puerilmente perverso montaje político, en aras a encontrar sutiles diferencias
que exalten el sentimiento, hasta la eliminación de cualquier posibilidad por
construir un bien común, siempre respetando estas anécdotas locales, pero
ponderándolas en su justa medida.
Sigo convencido de que todo acaba dimanando de un erróneo planteamiento
de nuestra Constitución en los orígenes de nuestro Estado democrático, que
debería haber eliminado de pleno cualquier privilegio o ventaja diferencial en
todo nuestro territorio, algo que por cierto ni el propio Dictador fue capaz de
hacer, manteniendo decimonónicos privilegios y fueros. Una vez más, realidad y ficción
se entrelazan falsificando el orden y la naturaleza de los valores, de tal
forma que exigir la igualdad jurídica, fiscal, educativa y legal, entre ciudadanos,
algo de lo que nunca hemos disfrutado en nuestra Historia, ha acabado por convertirse en algo
“fascista”, mientras que reivindicar la desigualdad es ahora actual y
progresista. Hasta que no desaparezca
esta idea del pensamiento de algunos ciudadanos, algo harto improbable vista la
capacidad de toda nuestra casta política, nunca seremos capaces de construir un
Estado moderno, justo, y verdaderamente democrático, bendecido además con la
suerte de una envidiable posición geoestratégica, un clima beatífico, y una
variedad geográfica, paisajistica, gastronómica y costumbrista, verdaderamente
excepcional.
Y es que por mucho que nos empeñemos en diferenciar, un
garrí, un porco, o un Euskal txerria, nunca dejarán de ser simples
lechones. Y es que a todos nos encanta hocicar en el barro.
ALAZOR
28-1-2014
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