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martes, 28 de enero de 2014

EL LECHON DIFERENCIAL


EL LECHON DIFERENCIAL

A estas alturas, no me cabe ninguna duda que tenemos la fortuna o el infortunio, según la perspectiva que adoptemos, de vivir en un País en el que la realidad y la ficción se entremezclan con inusitada soltura.  Esta característica conforma nuestro carácter imaginativo y a la vez escasamente pragmático.   Una de las condiciones fundamentales para esta condición es la nimia capacidad de nuestra memoria colectiva, aparejada a una errabunda y discontinua, en el tiempo, línea formativa.  Y es que los españoles tenemos muy poco espacio para la memoria ROM, y mucho para la RAM.
Caro Baroja, en magnífico libro “La Falsificación en la Historia” delata nuestra idiosincrasia de forma magistral:   Una falta de pragmatismo que implica una impunidad propiciatoria de la manipulación de la realidad, hasta convertirla en realidad falsificada, asociada a la tradición.  Y ahí radica uno de nuestros mayores problemas;  En nuestro prisma Judeocristiano, la tradición siempre va asociada al sentimiento, en lugar de al estilo o a la herencia cultural, como sucede en las mentes protestantes.  En este punto, y en pleno auge, una vez más, de los arrebatados sentimientos localistas, realidad y ficción se distorsionan al antojo de sus beneficiarios para deformar la escala de valores fundamentales, de forma que lo accesorio, asociado a nuestra interpretación de la tradición, acaba primando sobre lo realmente importante.  El folklore y las costumbres locales, son un claro ejemplo de ello, y observamos con terror como algo con un valor relativo, en boca de insignes antropólogos como el propio Caro Baroja, se instrumentaliza y ensalza hasta convertirlo en un símbolo de identidad.   Hasta el propio Franco, a través de los insoportables “Coros y Danzas”, canalizó en su favor la tradición a través del sentimiento local, en un alarde surrealista de exaltación de la subcultura, que insisto, sin ser despreciable, debe valorarse en su justa medida antropológica, etnográfica, y costumbrista.   El hecho de que una vulgar boina, por cierto dudosamente dimensionada, adopte denominación de origen,  no la convierte en algo más valioso que cualquier otra simple y rústica boina patria.   El ejemplo es extensible a las munchetas, las butifarras, el garrí, el levantamiento de piedras o el lanzamiento de cabras, y un largo etc…, y en definitiva a tantos otros productos y costumbres, que como bien sabrá interpretar irónicamente el lector a estas alturas, han condicionado el destino de nuestro Planeta, si bien, indudablemente representan una adición a la riqueza de nuestra diversidad antropológica, y que simplemente representan un tipismo muy poco productivo, salvo por sus implicaciones de cara al sector turístico.   Y todo este puerilmente perverso montaje político, en aras a encontrar sutiles diferencias que exalten el sentimiento, hasta la eliminación de cualquier posibilidad por construir un bien común, siempre respetando estas anécdotas locales, pero ponderándolas en su justa medida.   Sigo convencido de que todo acaba dimanando de un erróneo planteamiento de nuestra Constitución en los orígenes de nuestro Estado democrático, que debería haber eliminado de pleno cualquier privilegio o ventaja diferencial en todo nuestro territorio, algo que por cierto ni el propio Dictador fue capaz de hacer, manteniendo decimonónicos privilegios y fueros.   Una vez más, realidad y ficción se entrelazan falsificando el orden y la naturaleza de los valores, de tal forma que exigir la igualdad jurídica, fiscal, educativa y legal, entre ciudadanos, algo de lo que nunca hemos disfrutado en nuestra Historia,  ha acabado por convertirse en algo “fascista”, mientras que reivindicar la desigualdad es ahora actual y progresista.  Hasta que no desaparezca esta idea del pensamiento de algunos ciudadanos, algo harto improbable vista la capacidad de toda nuestra casta política, nunca seremos capaces de construir un Estado moderno, justo, y verdaderamente democrático, bendecido además con la suerte de una envidiable posición geoestratégica, un clima beatífico, y una variedad geográfica, paisajistica, gastronómica y costumbrista, verdaderamente excepcional.
Y es que por mucho que nos empeñemos en diferenciar, un garrí, un porco, o un Euskal txerria, nunca dejarán de ser simples lechones.  Y es que a todos nos encanta hocicar en el barro.

ALAZOR
28-1-2014

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