EL GUION DE LA MISIRIA
Toca que volvamos a solazarnos en
breves fechas, con el impagable espectáculo que nos proporciona regularmente
nuestra industria cinematográfica en su onanista y goyesco auto-homenaje. Desde su instauración, siempre me he
cuestionado que no deja de ser paradójico, que el galardón elegido para
premiarse encarne a nuestro insigne pintor aragonés, que curiosamente no podría
nunca disfrutar de las bandas sonoras y diálogos de nuestra producción
fílmica. Reconozco la habilidad de
la Academia por esta elección. Sí
el rabioso personaje de Fuentetodos acudiese en persona a la selección de las
películas de cada edición, podría concentrar sus menguados sentidos en la
imagen en movimiento, en el ritmo de la acción, en el tratamiento de la
fotografía y la luz, en el montaje visual y diálogo narrativo, y en definitiva evitaría lamentables
bandas sonoras, narraciones sin ningún interés, incomprensibles
interpretaciones histriónicas, problemas de dicción, y voces tan estridentes y
desagradables como los de por ejemplo nuestra memorable Penélope Cruz. Con esta salvaguarda, estoy seguro que
don Francisco encontraría, muy de vez en cuando, espectáculos visuales
reseñables, a pesar de que profesionales de la talla de Néstor Almendros ya no
se encuentren entre nosotros. Sin
embargo, el cine, como arte completo, se ve necesitado de la aportación sonora,
una vez que la tecnología le dotó de los medios para completar el espectáculo visual. Como aportación personal, sugiero la figura de nuestro
magnífico interprete y compositor, Don Joaquín Rodrigo, como complemento
necesario para obtener un juicio completo. Don Joaquín, de finísimo oído, evitaría por su lamentable
falta de capacidad visual, tener
que soportar lamentables tratamientos estético-visuales y compositivos, falta
de capacidad y sensibilidad artística para la creación de ambientes, errores de
racord, etc…
Una charla entre ambos galardones, Goya y Rodrigo, bastaría
para conseguir un veredicto casi perfecto sobre la calidad de cada
producción. Sin embargo, y para
completar el juicio, creo necesario añadir un imprescindible elemento más: El espectador. Este lamentablemente, no existe. El anónimo espectador, convertido ya en
fantasma, cayó fulminado hace mucho tiempo por una mezcla equitativa de hastío
ante guiones repetitivos, historias politizadas y sectarias, mediocres
narraciones con escaso o nulo interés universal, -paradójico para una nación con una vasta Historia Universal-,
que ha concentrado los esfuerzos de su público en intereses domésticos y
particulares, y por lo tanto casi folclóricos.
El autocomplaciente, y oportunistamente
reivindicativo, núcleo fuerte de la Academia, caracterizado por una falta de talento
creativo inversamente proporcional al volumen de sus cuentas corrientes,
volverá a reivindicar la disminución del dinero del espectador para financiar
sus creaciones, en unos tiempos en los que la tecnología permite la realización
con costes infinitamente ridículos, en comparación a hace tan sólo algunos
años. Hoy en día, con una simple
cámara fotográfica de calidad, y de
última generación , es factible aventurarse a contar una historia con
resultados asombrosamente profesionales.
Despejada la prosaica cuestión monetaria, me permito comentarles, que me
sorprende y entristece también la falta de constancia –coherencia- en sus
antiguas y monorrítmicas reivindicaciones y les recuerdo, que a día de hoy, el mundo soporta 60
conflictos armados declarados, desde Siria a Somalia, pasando por Nigeria o
Sudán, con innumerables inocentes víctimas civiles, que por alguna extraña
razón, han desaparecido de su imaginario colectivo. A sumar a los espectros de su público.
Mientras otros colectivos artísticos seguiremos soñando con
obtener una milésima parte de atención de la que disfruta, nuestra espectral y nulamente rentable industria cinematográfica, los fantasmas buscarán refugio en
alternativas que escuchen sus plegarias.
Y es que Los Goya ya están aquí,
tan sordos, ciegos, y pesados como siempre.
ALAZOR
7-2-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario